domingo, 15 de marzo de 2015

¿Para qué sirve la religión?

Probablemente no exista nada más universal que la religión. A día de hoy no se conoce ninguna civilización, ningun grupo humano, que haya vivido sin un conjunto de creencias y prácticas que van más allá del mundo material. ¿Es que necesitamos la religión? ¿es la religión instintiva? ¿la selección natural ha favorecido la fe?


A continuación veremos un pequeño conjunto de hipótesis sobre el porqué de la religión. Desde luego que no están todas, pero sí las suficientes para que el lector se plantee preguntas.

Normas infantiles imprescindibles
En su gran obra El espejismo de Dios Richard Dawkins explica que a veces ocurre que algo que es producto de una situación concreta deja de tener sentido al desaparecer dicha situación, o se ve perturbado por nuevos hechos. Por ejemplo, muchos insectos utilizan la luz del sol y de la luna para orientarse, como si fuera una brújula. Pero al crearse la luz artificial (algo no "previsto" por la naturaleza) estos insectos se ven atraídos por ella al confundirla con la luz de los astros y mueren abrasados. ¿Es que esos insectos se han vuelto locos, o quieren suicidarse? No, lo que ocurre es que su instinto de seguir la luz, que en su momento tuvo sentido, se vuelve inútil con la nueva situación.

Pues bien, el científico británico opina que en el ser humano se da un hecho que, sin quererlo, ha dado pie a la religión. Es decir, algo que psicológicamente facilita la creación de religiones de todo tipo pero cuyo fin biológico no era ese (igual que el fin de la "brújula" de los insectos no es achicharrarse en luces artificiales). Ese algo es la credulidad infantil:
"La selección natural configura los cerebros de los niños con una tendencia a creer cualquier cosa que les digan sus padres y los mayores de la tribu. La cara B de esta obediencia necesaria y confiada es una credulidad servil (...) Los líderes religiosos se dan perfecta cuenta de lo vulnerable que es el cerebro de los niños y por eso requieren a los padres iniciar pronto el adoctrinamiento"
¿Para qué sirve esa credulidad infantil? Sencillamente para transmitir las reglas e instintos que el grupo humano ha ido aprendiendo ("no te bañes en ese lago: está lleno de cocodrilos", "no uses armas hasta que no seas mayor", "obedece al más fuerte", "no te separes de tu madre" etc.) y que son imprescindibles para la supervivencia. Los niños aprenden dogmáticamente lo que les dicen los adultos, sin cuestionarselo, lo cual facilita la cohesión y la supervivencia del grupo. Esto sin duda permite la introducción de creencias en nuestros cerebros, aunque se trate de creencias absurdas sin base científica.

Es decir que cuando somos niños nuestros cerebros están pensados para aceptar creencias sin cuestionarlas (yo mismo creía en Dios de pequeño, pese a tener una familia atea), lo cual facilita la expansión de las religiones, pese a que esto último no es el propósito de la credulidad infantil.

El dualismo mente-cuerpo
Según el psicólogo Paul Bloom los niños tienen, además, una predisposición a tener una concepción dualista de la mente. Dicha concepción consiste en pensar que existe una distinción entre mente y materia, esto es, que nuestras mentes no son producto de nuestro cerebro (un órgano físico) sino que son "algo más", una especie de alma que es independiente del cuerpo. Los monistas, por nuestra parte, pensamos (sabemos) que la mente es una manifestación de la materia y que no existe sin esta última. El dualismo mente-cuerpo también se da en jóvenes y adultos, pero los niños son especialmente proclives a él.

Esta concepción de las cosas favorece las creencias espirituales y la idea de que puede existir vida tras la muerte (puesto que el alma, la mente, va más allá del cuerpo físico). Incluso a los ateos nos cuesta aceptar que nuestra mente desaparezca tras la muerte física. Parece que estamos  psicologicamente "ideados" para ser religiosos.

La postura intencional
Para el filósofo Daniel Dennet existen tres posturas a la hora de comprender un hecho. La primera es la postura física, que consiste en tener en cuenta las leyes de la física para estudiar el mundo. La segunda es la postura del diseño, que consiste en analizar el diseño de la cosa para comprenderla. Y finalmente, la postura intencional, que analiza las intenciones del hecho o cosa para entenderlo.
Imaginemos que estamos en una tribu en África hace miles de años y nos ataca un león. Si adoptamos la postura física deberemos analizar y calcular las distancias que nos separan, la fuerza del animal y un sinfín más de cosas que por entonces ni teníamos capacidad de medir. Si adoptamos la postura del diseño las cosas nos irán un poquito mejor: podremos ver las garras del león y sus dientes y deduciremos que es un depredador peligroso diseñado para matar. Y si utilizamos la postura intencional simplemente veremos a un animal cuya intención es comernos, así que podremos huir a tiempo.

La selección natural ha favorecido, obviamente, la postura intencional. Es por ello que los seres humanos tendemos a buscar la intención en hechos o cosas que en realidad tienen explicaciones científicas, como nuestra propia existencia. Por eso siempre ha predominado la teoría creacionista (existimos porque hay una intención de que existamos, alguien debió de crearnos para algo), que es más lógica y fácil de creer para nuestro cerebro, especialmente en sociedades poco avanzadas.

Un conjunto de narraciones útiles
También podemos ver la religión como un conjunto de narraciones (mitos, advertencias, leyendas, relatos...) que son útiles para la sociedad. Por ejemplo, es obvio que si dos tribus entraban en guerra y una de ellas tenía dioses centrados en el amor y la paz y la otra basaba su religión en la guerra y la muerte esta última probablemente estaría más preparada para la victoria. ¿Por qué una de las tribus se centró en los dioses belicosos? Probablemente porque era lógico y útil. La experiencia social de la guerra se tradujo en creencias, mitificaciones y relatos bélicos que servían para que el grupo se mantuviese fuerte frente a otros y pudiese sobrevivir y reproducirse. Tenían necesidad de dioses de la guerra porque vivían en continua guerra. Su ser social creó seres espirituales.

La religión actúa a menudo, aunque probablemente en menor medida en sociedades modernas, como conjunto de narraciones que son útiles para la sociedad (o para determinados grupos sociales). Un ejemplo clásico es la prohibición de comer ternera en el hinduísmo. Según el antropólogo y materialista cultural Marvin Harris esto se debe a que hace miles de años los campesinos indios necesitaban vacas para trabajar el campo, mientras que los ricos terratenientes preferían comerselas y no dudaban en arrebatarselas a sus súbditos de vez en cuando. Así, las clases subalternas del feudalismo indio desarrollaron, poco a poco, una mentalidad de gran respeto a hacia las vacas y una prohibición radical de comerselas, que ha llegado hasta hoy aunque en estos momentos haya perdido su sentido. Los campesinos construyeron una narración útil a sus intereses económicos, y la convirtieron en religión.
Podemos verlo en otros ejemplos. En la antigüedad, y en mayor medida en la prehistoria, las catástrofes naturales eran verdaderos apocalipsis. No existían medios para hacerles frente, o al menos no para hacerlo de forma más o menos efectiva. Una buena forma de prevenir de dichas catástrofes a las personas podía ser usando mitos religiosos. Si desde pequeñito nos cuentan, por ejemplo, lo devastador que puede ser un diluvio, cuando vivamos uno sabremos que tenemos que huir o refugiarnos en un lugar seguro. De lo contrario moriríamos, por lo tanto se trata de una narración bastante útil en una zona de inundaciones frecuentes. Tal es el caso de Mesopotamia, donde nació el mito de Utnapishtim, un héroe que hizo frente a un devastador diluvio construyendo un barco y metiendo a todas las especies animales en él (efectivamente, el mito fue copiado en otras religiones). El niño que se cría con el mito de Utnapishtim y ve un diluvio probablemente sepa lo peligroso que es, a diferencia de otro de la misma zona que se críe pensando que los diluvios son un regalo de los dioses (ya os imagináis a cual de las dos "elegirá" la selección natural).

Sin duda existen muchos más ejemplos de cómo la religión resulta útil en determinados contextos sociales. Imaginemos una sociedad en la que existe una gran mortalidad infantil y por tanto es necesario que las mujeres tengan muchos hijos (dado que unos cuantos morirán, cuantos más tengan más niños sobrevivirán y formarán parte del grupo social). En dicha sociedad probablemente sea útil desde el punto de vista de la selección natural prohibir tajantemente el aborto o los métodos anticonceptivos. O una sociedad en la que la deforestación y la sequía progresivas impiden criar cerdos (o lo convierten en algo muy caro) y por tanto en la religión dominante se establezca la prohibición de comer cerdo. Se trata siempre de fenómenos progresivos, que se transmiten y transforman de generación en generación. Seguro que al lector se le ocurren otros posibles casos.

La religión como opio
No son pocos los pensadores que afirman que la función de la religión es en realidad relajarnos y aliviarnos. Nos libera de las cargas estresantes asegurándonos respuestas simples y un destino seguro.

Imaginemos que creemos realmente que existe un mundo paradisiaco más allá de la vida. ¿No será la muerte un mero trámite, algo que no debamos temer? Pero si somos ateos la muerte será un momento que afrontamos con miedo e incertidumbre. Así, las diversas religiones pueden actuar como opio, como una droga que nos hace olvidar los problemas reales ofreciéndonos alternativas cómodas.

Existen cientos de situaciones en las que la religión y sus prácticas (pienso especialmente en el rezo) pueden aliviarnos. Pongamos por ejemplo que un examen nos sale mal o que un familiar está enfermo. Ambas situaciones nos provocan miedo e incertidumbre. No me cabe duda de que en estos casos rezar puede reconfortar, pues al fin y al cabo consiste en dejar en manos de otro (de Dios) el destino de dichos problemas. Es como si nos quitásemos un peso de encima dado que en lugar de analizar concretamente las cosas (mi familiar tiene un 30% de posibilidades de sobrevivir, en el examen respondí A y en realidad era B...) las entregamos a la voluntad de otro.

Este comportamiento existe desde luego en los creyentes, pero también en los ateos. ¿Cuantos de vosotros, ante una situación de incertidumbre y estrés, habéis hecho el típico juego de "si encesto esta bola en la papelera, X ocurrirá"? O el clásico "me quiere, no me quiere" con los pétalos de una margarita, o contar el número de ladrillos de un edificio y si sale impar todo irá bien y si sale par todo irá mal. ¿No es acaso una forma de dejarlo todo en manos de un ente místico? No creo que haya mucha diferencia en dejar algo en manos de Dios y dejarlo en manos del "destino" o del "karma".

La utilización de la religión como opio puede verse en la típica "burla" que los creyentes nos hacen a los ateos cuando nos dicen que, si estuviésemos en un avión que se va a estrellar, nos pondríamos a rezar como locos. Es posible que muchos ateos puedan reaccionar así. Sin embargo lo importante de la afirmación es que con ella los creyentes nos están diciendo que la religión no es más que una especie de consuelo para momentos de miedo e incertidumbre.

Sin embargo, ¿hasta qué punto es realmente la religión algo que relaja y alivia? Si uno se pone en la mente de un creyente practicante, en realidad podemos pensar en muchas situaciones que no son en absoluto cómodas. En primer lugar está siempre latente la amenaza del infierno, un lugar que existe en muchas religiones y a donde van a parar quienes no cumplen con los designios de la religión en cuestión, designios a menudo absurdos. En segundo lugar tenemos la represión sexual, que a menudo implica ver los pensamientos "impuros" como algo malo, por no hablar de la condena de la homosexualidad (imaginen a un homosexual que nace en el seno de una familia del Opus Dei) y del deber de confesar parte de estos pecados a un cura (que siempre es un hombre). En tercer lugar, hoy en día, en una sociedad cientificamente muy avanzada y donde la información vuela de un lado para otro, podemos pensar en el conflicto del joven creyente que ve que lo que le cuenta su religión ha sido refutado desde hace siglos por la ciencia. Pensemos que la religión no son solo creencias, es una entidad que además compartes con tus padres. Renunciar a ella, o plantearse según qué cosas, puede ser un problema grave.

La religión como atajo informativo y como satisfacción de la incertidumbre
Estar informado cuesta, y mucho. ¿Se imaginan tener que comprender todo lo que nos rodea? Tendríamos que estudiar sociología, física, química, política, economía y un sinfín de cosas para las que obviamente no tenemos tiempo. Ningún ser humano puede alcanzar un conocimiento absoluto, por muy alto que sea su cociente intelectual. Cuesta demasiado tiempo, recursos, capital cultural, dinero etc.

¿Qué hacemos entonces? Usamos atajos informativos. Los atajos informativos son una forma de comprender el mundo sin esfuerzo. Por ejemplo, imaginemos que queremos conocer la situación en Palestina y somos ideológicamente conservadores. En lugar de informarnos a fondo, simplemente escogeremos un periódico o un partido político conservador y veremos qué dice sobre Palestina.

Del mismo modo, cuando no tenemos la forma de comprender algo es fácil que recurramos a lo sobrenatural. Pon que eres un ser humano de hace 100.000 años y vives en una tribu cuya mayor tecnología es un hacha de piedra. ¿Cómo entender las nubes? ¿cómo entender el sol? ¿qué es la luna? ¿qué es el amor? ¿cómo es posible que los niños salgan del vientre de las mujeres? ¿quién creó al ser humano y por qué? Podría seguir así, planteando millones y millones de preguntas que, sin el adecuado avance social y científico, sencillamente no pueden tener respuesta racional. La incertidumbre que nos caracteriza fue sin duda aliviada en parte por la religión. No podía ser de otro modo.

¿Una ideología de las clases dominantes?
Finalmente, podemos entender la religión como una serie de ideas que las élites (feudales, capitalistas, económicas, políticas...) utilizan y han utilizado desde hace milenios para justificar el sistema imperante. En la propia religión cristiana encontramos la idea de la sumisión como pilar básico: debes aceptar tu destino y no protestar.

La Iglesia sería un mero aparato ideológico al servicio del poder que se dedica a engañar a las clases subalternas para que no se rebelen. Así lo explica la revolucionaria Rosa Luxemburgo:

En vez de reconfortar al pueblo, lleno de problemas y cansado de su vida tan dura, que va a la iglesia con su fe en el cristianismo, los sacerdotes echan denuestos contra los obreros que están en huelga y se oponen al gobierno; además, los exhortan a soportar su pobreza y opresión con humildad y paciencia. Convierten a la iglesia y al pulpito en una tribuna de propaganda política. 

Si bien esta visión de la religión es acertada (aunque simplista), podemos perfectamente darle la vuelta. Podemos decir que la religión no es solo un recurso de las clases dominantes para oprimir, sino que también puede ser un recurso de los dominados para liberarse. Ahí tenemos a la Teología de la Liberación, corriente cristiana que luchaba contra el capitalismo y que fue perseguida por la derecha latinoamericana, el Vaticano y EEUU.
La religión es una serie de ideas que, igual que el resto, "flota" en la sociedad y que igual que adquiere un significado puede adquirir otro. Las ideas y el lenguaje son como entes neutrales de los que puede apropiarse un bando u otro (por ejemplo, el término democracia puede ser defendido tanto por la derecha como por la izquierda, aunque con distinto significado). El cristianismo puede perfectamente ser utilizado por fuerzas revolucionarias, simplemente habría que darle otro significado al discurso religioso. De hecho la propia Luxemburgo intenta hacerlo, desconozco si con éxito o no:

¿Acaso Jesucristo (cuyos siervos son los sacerdotes) no enseñó que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que los ricos entren en el reino de los cielos”? Los socialdemócratas [así se autodenominaban antes los comunistas] tratan de imponer en todos los países un régimen social basado en la igualdad, libertad y fraternidad de todos los ciudadanos. Si el clero realmente desea poner en práctica el precepto “ama a tu prójimo como a tí mismo”, ¿por qué no acoge con agrado la propaganda socialdemócrata? Con su lucha desesperada, con la educación y organización del pueblo, los socialdemócratas tratan de sacarlos de su opresión y ofrecer a sus hijos un futuro mejor. A esta altura todos tendrían que admitir que los curas deberían bendecir a los socialdemócratas. ¿Acaso Jesucristo, a quien ellos sirven, no dijo “lo que hacéis por los pobres lo hacéis por mí”?

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